lunes, 5 de noviembre de 2018

Concurso de Escritura de Aves


Las aves inspiran a los seres humanos por su tan sola presencia en nuestra acera, parque , jardín , escuela, lugar de trabajo, o en nuestros bosques exhuberantes....Inspírense.. 

Tenemos el agrado de anunciar a la ganadora del concurso de escritura!!!
Felicitaciones a Marta Falconí por ganar el primer puesto! 

Ganó por su estilo poético y su capacidad de transmitir su amor y pasión por las aves. 

Y aquí les compartimos sus sentimiento plasmados en su ensayo: 

¿POR QUÉ AMO A LAS AVES?

Amanece ya. El sol pinta al cielo y a la casa paterna de bellos colores y matices.
Me remonto al pasado; en el ayer lejano de la infancia. Mis ojos perezosos se abren y cierran. Los párpados aún pesados intentan vencer el sueño que no quiere irse. Y escucho los pasos presurosos de mi madre, camino a la cocina, sus amorosas manos, encienden el fogón y preparan el alimento para su amada familia. Esas cálidas manos, cuya caricia; con nada es comparable, afanosas también, pusieron las semillas en la fértil tierra que mi padre compró. En ella construyeron un hermoso “Chalet” que cobijó los sueños y albergó nuestros juegos y risas infantiles.

Allí brotó la vida, por doquier: flores, frutos, aromas y colores fueron un imán para las aves. Trinos y cantos, en celestial sinfonía, acompañaron nuestra niñez y juventud. El arco iris, seguro envidiaba a nuestro jardín y huerto..

Llegó el tiempo de estudiantes. Cada mañana, despertábamos con el trino de los pájaros y el canto de los gallos, ¡Qué manera tan dulce de empezar la jornada ¡

Los inviernos y veranos se sucedían con precisión de reloj suizo. En invierno, nuestro huerto, las siete colinas de mi pequeña ciudad y todos los campos aledaños, se pintaban de verde. Parecía que al pintor celestial le fascinaba el color de la Esperanza… Él mandaba también, baños de lluvia que, cantarina y prístina, lavaba el polvo del tejado, bajo cuyos aleros anidaban hermosas golondrinas. De musgo eran sus nidos… Ante nuestros curiosos y sorprendidos ojos, veíamos brotar tallos y hojas. Y cada día, el milagro: las hojas robaban la energía al sol y en miel la convertían, que dentro de flores y frutos se guardaba. Ávidos los niños y los pájaros, en reñida competencia, queríamos probarla. Trepados en los árboles, lográbamos alcanzar a esa roja manzana, esa jugosa claudia, los dulces y negros capulíes, duraznos, chamburos, peras y más frutas que, a nuestros ojos y bocas se ofrecían, y, a veces, sólo sobras, las aves nos dejaban, qué gran desilusión…

Hurgando entre las ramas, encontrábamos nidos. ¡Qué cunas tan preciosas, perfectas y mullidas, tapizadas de plumas! Sólo aquellos alados Arquitectos, sin título y sin manos pudieron construirlos ¡Ahí, los pájaros ponían sus huevos pequeñitos, de variadas formas, tamaños y colores y amorosamente calentados se convertían en polluelos! Sus picos siempre abiertos, eran llenados, con variados manjares. Días más tarde, su madre los enseñaba a volar de rama en rama…

Al llegar el verano, un cielo azul nos cobijaba con cálida ternura. El viento mecía los dorados trigales y, nosotros, subidos en las ramas más altas de los árboles, cerrando bien los ojos, imaginábamos volar…

De pronto, en bullicioso vuelo, llegaban bandadas de loros a robar grano en las chacras. Ni los gritos destemplados de los campesinos, ni los tétricos espantapájaros de tela o de papel, lograban ahuyentarlos; saciada ya su hambre, en ordenado vuelo, emprendían, más tarde, su regreso a las cálidas tierras del subtrópico.


Huiracchuros, gorriones, colibríes, chirotes, mirlos, petirrojos, eran asiduos visitantes de nuestra casa. Los grandes y abiertos ventanales cruzaron muchas veces. La sala, fue escenario de la función de” Circo Alado” más hermosa que se pudiera ver. Mi Padre con firmeza nos decía:” Ellos son libres, no intenten atraparles, agradezcan en silencio y dejen que ellas solas encuentren la salida…”

Volando muy alto, sobre una cercana quebrada, cual Drones palpitantes, los Guarros, escudriñaban a sus presas y en certero descenso las atrapaban para saciar su hambre.

Por eso y mucho más, amo a las aves, compañeras de siempre, sus trinos primorosos deleitan mis oídos, sus fulgurantes alas llenan mis ojos de luz y de colores. Su vuelo me invita a ser libre y volar…

Hoy en el otoño de mi vida, volví a acercarme a ellas, ya sin prisa, con el tiempo a mi favor y con la satisfacción del deber cumplido. Las Aves me dan Paz, Alegría y Esperanza y, por si fuera poco, gracias a ellas encontré a este maravilloso grupo de amigos “Pajareros”.


Martha Falconí V.


Quito, 24 de octubre de 2018.

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