lunes, 25 de mayo de 2020

Las aves, un refugio en tiempos de pandemia


Este mes hace 75 años los holandeses celebraron el final de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, no podemos celebrar la libertad en libertad. Esta vez el enemigo no fueron humanos vecinos, sino una cápsula de proteínas rellena de ARN (ácido ribonucleico, el único material genético de ciertos virus). Pocas personas previeron el impacto que iba tener en el mundo, incluso yo misma. Sería lindo pensar que ahora el mundo dijera: ¨nunca más una pandemia¨, como Europa dijo después de la Guerra Mundial 2: ¨nunca más una guerra¨. Como consecuencia nacieron las Naciones Unidas.
¨Nunca más una pandemia¨, ¿creen que es posible? Las pandemias se relacionan con el nivel de destrucción de la naturaleza, ya que muchos virus tienen su origen en los animales (mamíferos). Destruimos su hábitat, los traficamos, entonces estamos más y más en contacto con ellos, lo que facilita la mutación de un virus que pueda infectar a los humanos. Cuidar el planeta es cuidar nuestra salud. Lastimosamente, con la crisis económica que ya se está llevando a cabo, más gente entra en la pobreza y necesitará obtener recursos naturales para sobrevivir, lo que dificultará la protección de la naturaleza.
Pero, a pesar de todo, he tenido la suerte de vivir la pandemia en un sitio tranquilo. Cada mañana durante estos 70 días he caminado la misma vuelta corta y necesaria con mis perros. He visto el Ilaló misterioso con franjas de nubes y alegre con un sol radiante. He podido contemplar diez diferentes volcanes y montañas incluido los dos Ilinizas, y a veces ninguno. Sin embargo, lo más importante: he conocido mejor a las aves de mi barrio.

Garza Nívea en el reservorio de Guangopolo
Autor: José Luis Paucar
Cada mañana escucho al juvenil del Gavilán Alicastaño gritar desde su conífera. A veces acompaña a un adulto (¿su padre o madre?) hasta que un par de Quilicos los echen de su territorio. Saludo al Pájaro Brujo cuando lo veo, porque no es común verlo todos los días y el color rojo de sus plumas es un deleite para el ojo. Me maravillo siempre con el Halcón Peregrino: en vuelo de alta velocidad sobre nuestra cabeza o planeando junto a 150 Gallinazos Negros. Ahí también están los Pinzones Azafranados, ahora en grupos grandes de hasta 30 individuos adultos y juveniles. Por lo general se llevan bien, ¡pero a veces tienen problemas familiares! He puesto atención a los Gorriones y su variación en cantos. A los Sinsontes con su caras de bandidos pero con su canto encantador. A los Anades Piquiamarillo que parecen ¨hablar¨ entre ellos y que forrajean muy graciosamente con su colita arriba y cabeza en el agua. A los Quindes Herreros que siempre están atentos a intrusos en su territorio. En lugares con la flor introducida Dagua (Leonotis sp.), ¡a cada cinco metros vive un herrero! He notado que los Estrellitas (colibríes muy pequeñitos que parecen a abejorros) son más comunes de lo que pensaba. He descubierto nuevas especies para mi barrio, como el Pinchaflor Enmascarado. He registrado visitantes como la Garza Bueyera, la Garza Nívea, el Pato Andino y la Gaviota Reidora. Lo más bonito fue que he visto crecer a tres preciosos polluelos de la Golondrina Ventriparda.
Gaviota Reidora en el reservorio
Autor: José Luis Paucar
Estas pequeñas caminatas han sido como una medicina. He experimentado diversas emociones durante la cuarentena: dolor por los enfermos y muertos, rabia por la incapacidad de los gobernantes de manejar esta crisis, alegría por pasar más tiempo con mi esposo, ansiedad por saber que mis padres están lejos y no puedo ir a verlos cuando pasa algo y desmotivación por la inseguridad laboral. Pero siempre después de la caminata, me he sentido mucho más tranquila y alegre. No digo que la naturaleza pueda curar el COVID-19 o la depresión. Pero sí es una gran ayuda, y me siento privilegiada de poder ver mi entorno con estos ojos. No digo que dejemos de soñar en lo grande: de viajar, conocer otros países o estudiar una carrera. Sin embargo, a veces la vida puede ser tan simple y maravillosa como ver un pequeño polluelo de golondrina que después de tres semanas y media en el nido, vuela como si nunca hubiera hecho otra cosa. Listo para la aventura de su vida.


Polluelos de Golondrina Ventriparda listos para volar (el tercero ya voló)

Golondrina Ventriparda adulto
Autor: José Luis Paucar