Usualmente entro al encierro de la oficina a las 8:00, pero por inicio de clases de los mocosos esta semana ingresé a las 9:30. La costumbre me hizo estar fuera de casa a la hora usual, pero qué hacía una hora y media para no estar en mi oficina? Mi trabajo está junto al parque de El Ejido; mientras atravesaba lentamente y pensativamente el parque en bicicleta, me distraje con un mirlo muy esbelto forrajeando en el suelo y en mi mente dibujé una línea en todo su dorso como la última charla de Gonzalo Nazati en el INABIO. Si hubiera tenido a disposición una hoja y un lápiz habría tenido un buen pasatiempo. Pero de inmediato una Tortolita Orejuda aterrizó cerca, la luz del sol irradiaba sobre su cabeza develando un azul en su corona pocas veces notado. Avancé un poco más y esta vez no fue una distracción visual sino sonora la que llamó mi atención. Era un chasquido casi metálico; muchos ya sabrán que quién vocalizaba era el Quinde Herrero. Traté de buscarlo sin éxito; su percha era muy alta y el sol cegaba mis ojos. Me permití disfrutar de su canto. Al tiempo y algo más distante de mi ubicación oí un sonido no familiar para mi, bueno tampoco estoy muy familiarizado con los cantos…me acerqué hacia la fuente del sonido, con mis ojos sondeaba entre las hojas de la copa de un árbol, cuando lo vi, o mejor dicho la vi, una hembra de..mmm.. ahí si me ganó el nombre vernáculo, pero su cuerpecito redondito, su vientre amarillo y una frente azulada delataban a Euphonia cyanocephala. Pensaba en los ausentes de la mañana cuando un canto me llamó por su propio nombre, kili kili kili, regresé rápidamente mi mirada y muy alto sobre los arboles un Quilico se elevaba y bajaba en picada.
José María indicando un Quilico en El Ejido |
Rápidamente pedaleé hacia él y fue más grata mi sorpresa; no solo era una especie más a mi lista matutina, eran dos! El Quilico vocalizaba muy enojado ante la presencia de una rapaz más grande, pero no tenía mis binoculares para ver ese gran bulto posado en una de las ramas más altas de un eucalipto. Ante el insistente chillido del Quilico la otra rapaz se volteó y la radiante luz del sol me permitió evidenciar una espalda rojiza. Sin duda era un visitante de los Pichinchas y por uno de mis mentores, Tjitte de Vries, debo decir que era un Buteo poecilochrus pero formalmente y en corto… era un Geranoaetus polyosoma o Gavilán Variable.
Aunque usted no lo crea, en este árbol está perchado un gavilán |
Los foráneos y los nativos compartiendo el agua |
Me siento en mi oficina y miro por mi ventana, mi imaginación dibuja un halcón peregrino posándose al borde de mi ventana, o desearía un guácharo frente a mi edificio, pero no hay nada por el momento, debo empezar con mi labor.
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